El próximo jueves, 10 de marzo, proyectamos en la Casa Municipal de Cultura, dentro de la programación “Cine con Otros Ojos”, “Locke", de Steven Knight, en sesiones de 6 y 8:30 de la tarde, con la localidad a 3´50 euros.
Adjuntamos la sinopsis de la película facilitada por la distribuidora, el comentario de Valentín Terrazas que editaremos como ficha, y una reproducción del cartel.
Un abrazo, y hasta el jueves. Asociación Otrosojos.
Adjuntamos la sinopsis de la película facilitada por la distribuidora, el comentario de Valentín Terrazas que editaremos como ficha, y una reproducción del cartel.
Un abrazo, y hasta el jueves. Asociación Otrosojos.
Ivan
Locke es un prestigioso capataz de grandes obras que ha tenido que
trabajar muy duro para alcanzar su sueño: llevar una buena vida, con un
buen trabajo y una familia que le quiere. Sin embargo, un día, en la
víspera de su encargo más importante, recibe una llamada que le empuja a
tomar una decisión que quizás eche toda su vida por tierra.
Un verano en Villafranca
Hace
muchos años, tendría yo cinco o seis, en uno de los meses de verano que
pasaba en Villafranca Montes de Oca con mis tíos veterinarios (bueno,
el veterinario era él, pero a ella la llamaban reverencialmente “la
veterinaria”, como a la mujer del médico “la médica”) asistí por primera
vez a una representación teatral. Se trataba, supongo, de una obra
tremebunda de Alejandro Casona o de algún otro autor aficionado a
fabular dramas ricos en óbitos, preferiblemente culminados por la
autoejecución del propio asesino, aplastado por un remordimiento
insuperable.
La
sesión tuvo lugar en una lonja harto reducida, utilizada también en las
jornadas de vacunación antirrábica. Y allí estaba yo, un tanto
aterrorizado, viendo desde el primero de los bancos traídos de la
iglesia cómo el furibundo padre de una familia desventurada acababa con
su sufrimiento descerrajándose un tiro en la cabeza, no sin antes haber
mandado al otro mundo a su esposa y a sus dos hijas. Ahora que lo
pienso, tendría que haberme puesto sobre aviso el hecho de que estas
tres desgraciadas aparentaran idéntica edad, circunstancia a la que por
entonces no di mayor importancia, acoquinado por el fragor de los
disparos y feliz al fin y al cabo de salir con vida de aquel
desbarajuste, del que huí aprovechando el revuelo provocado entre los
paisanos por aquel final estrepitoso.
No
sé si alguno más de los espectadores creyó que los cómicos, obedeciendo
ciegamente al libreto, habían fallecido de facto. Yo sí, a pies
juntillas. Dándole vueltas a lo dura que debía ser la existencia de los
artistas, tan efímera como dictase el capricho de los literatos, volví a
casa, sin que pudiera pasar un bocado de la cena, tal había sido la
impresión. Más tarde, y como todas las noches, acompañé a mi tío al bar,
donde tomaba su café de costumbre con el galeno. No conseguía desterrar
mis cavilaciones cuando, ¡horror!, veo aparecer por la puerta,
fraternalmente acompañado por sus tres víctimas, al suicida vociferante,
sin mostrar el menor daño y declamando ahora “¡pónganos cuatro tintos y
algo que picar!”.
Semirrepuesto
del susto por las explicaciones de mi pariente y, lo que resultó más
humillante, por las risotadas de su amigo y de los resucitados
faranduleros, supe entonces que una cosa es el teatro y otra la
realidad, por teatral que pueda resultar ésta con frecuencia. Sospeché
también que, alcanzara la edad que alcanzase, nunca llegaría a apreciar
la dramaturgia. Han pasado casi seis décadas y, si bien he conseguido en
muy contadas ocasiones disfrutar de algunas piezas, no soporto las
explosiones sentimentales, los cambios de humor arbitrarios ni los
aspavientos que pueblan demasiados títulos.
¿Pero
a qué viene tan prolija exposición de mi trauma?, se preguntará el
lector que haya alcanzado este punto de un teórico comentario sobre Locke (Steven
Knight, 2013). Pues bien: a que fui a verla con toda la prevención del
mundo, advertido como estaba de que se trataba de un diálogo rodado en
el interior de un vehículo entre un solo protagonista presente y voces
llegadas a través del “manos libres” telefónico. “¡Santodiós!”, me decía
yo: teatro llevado al cine; esto es, el cine que no digiero. Estigma al
que venía a sumarse ese reto evidente de desarrollar toda la acción en
un minúsculo espacio, lo que parecía ser un “experimento narrativo”
propio del otro cine que aborrezco: el supuestamente trasgresor que se
impone, a menudo sin otra ambición, sorprender al público en una enésima
versión del rey desnudo y los taimados tejedores.
Entonces, ¿qué pudo arrastrarme frente a la pantalla en que iba a proyectarse Locke,
presunto relato teatral presuntamente realizado como un “tour de
force”? Pues muy sencillo: el que su protagonista único (bueno, dando
réplica a interlocutores invisibles) fuese Tom Hardy, uno de los
grandes. Y oigan ustedes, si aún siguen al aparato: no me arrepentí, al
punto de haber propuesto esta película para nuestra programación de
“Cine con Otros Ojos”, en la que que ya hemos gozado de este actor
formidable en El niño 44. Se felicitarán, créanme, de acompañar
las vicisitudes en tiempo real de un Ivan Locke interpretado sin atisbo
alguno de sobreactuación, transmitiendo con una verosimilitud
apabullante la determinación de un hombre de ser fiel a sí mismo, aunque
serlo suponga ver derrumbarse su mundo familiar y profesional.
Valentín Terrazas